lunes, 8 de octubre de 2007

¿Son suficientes nuestras técnicas de predicación?

Hace poco me encontraba viajando en un bus, lo cual no sería una gran hazaña y aventura ministerial (puesto que estoy cansado de andar en bus… ¡Dame un carro Señor!) si allí, delante de mí, en la banca siguiente, no se encontraran dos adolescentes. No sé si tengo una lucha interna con el chisme pero me gusta escuchar las conversaciones de personas en el tren o los buses. Creo que me sensibilizo cuando me entero de las grandes tragedias que las personas comunes experimentan, como también de sus contrarias convicciones (si es que las tienen) y cosmovisión. En serio, no es argumentación a favor del chisme, es verdad. Y teniendo dos adolescentes latinos casi postmodernos (como lo diría Félix Ortiz) tan cerca, me ayudó a refrescar y a afirmar una convicción que estoy seguro reposa en el apartado de “En qué creemos” de todas nuestras iglesias cristianas, pero habita poco en nuestra conciencia ministerial. Me refiero al papel del Espíritu Santo como el encargado de convencer y transformar a las personas que dirigimos. A veces pareciera que perdiéramos el norte y creyéramos que es nuestra responsabilidad la transformación de ese joven que llega a nuestro ministerio (¡culpable, culpable! Lo acepto). Ciertamente compartimos una responsabilidad, pero es la de amar, perdonar, instruir en la verdad, crear relaciones significativas, orar, entre otras tantas, pero la de quebrantar, limpiar y restaurar es de Dios.

Estando en el bus me esforcé por escuchar la conversación de estos adolescentes. Y hablaban unas cosas de las que me avergüenzo escribirles. Todo lo que buscaban era placer, nada más y nada menos. Y lo peor es que ¡¡parecían felices!! Sé que decir lo anterior no es nada nuevo, la realidad de una adolescencia que vive de acuerdo al hedonismo, ávida de tener experiencias intensas no es un gran descubrimiento, pero quiero que reflexionemos de nuevo respecto a esto.

Nuestros adolescentes viven dominados por pasiones desordenadas (para los que les gustan los términos teológicos, CONCUPISCENCIA), viven dirigidos por impulsos y deseos más que por convicciones y principios. Cuando le compartas a uno de ellos es común que te digan: “Sí, yo sé que tienes razón, pero es que… ¡simplemente no siento hacer lo que dices!”. Muchos de ellos saben que tenemos razón cuando hablamos de sexualidad, de vicios y prácticas incorrectas, de su necesidad de Dios, pero simplemente no son capaces de vivir de acuerdo a lo correcto, pues todo su ser está hirviendo a causa de las pasiones, algunas contradictorias, que los dominan.

Y la realidad es que la mayoría de las veces ni ellos tienen la culpa, por lo menos de su iniciación. Son estimulados y mal orientados exageradamente desde muy temprana edad, cuando ni ellos sabían lo que pasaba. Las familias disfuncionales, una iglesia anticuada, y unas instituciones en ruinas, han facilitado el camino para que una corriente agresiva, amoral y rebelde los arrastre. Nuestros adolescentes no siguen convicciones, sino, como dice Félix, su corazón, sus pasiones.

Al lado de estos adolescentes en el bus recordaba que es un imposible para mí cambiar a esta generación. A pesar de todo lo que pueda saber de lo temas más trascendentales, sin importar que comunique estos mensajes de manera divertida, agradable, contundente y convincente, aunque use los medios audiovisuales más sofisticados e impresionantes (la verdad es que no los tengo… ¡pero los tendré!), no hay ningún fruto positivo que pudiera obtener de mi actividad ministerial si el Espíritu de Dios no me respaldara.

Sí, necesitamos la verdad expuesta de la mejor y más “digerible” forma para nuestros jóvenes. Claro, necesitamos encausar esas pasiones juveniles hacia actividades y proyectos significativos. Por supuesto, y sobre todo, necesitamos llevarlos a conocer y a establecer una relación personal, genuina y creciente con Jesucristo. Pero quiero que recordemos el papel del Espíritu en todo la anterior no como doctrina sino como convicción que guía, fortalece y refrigera nuestros ministerios en pos de alcanzar esta generación para el Señor: el Espíritu usa la verdad bíblica para convencer de pecado, afecta las emociones haciendo nacer nuevas pasiones y poniendo en su sano lugar las ya presentes (las pasiones no son malas por naturaleza, lo malo es la sobre estimulación o la estimulación en el momento equivocado), y Él es el que revela la belleza y gloria de Jesús en el corazón de cada persona.

Sin el Espíritu Santo nuestra labor pastoral es sólo activismo ministerial… tal vez simple trabajo.

Juan Carlos Benjumea Guzmán

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cada día que avanzo en el ministerio, me doy cuenta que apesar de tantos talentos que tengo y dones que Dios me ha dado, me sigo convirtiendo en un instrumento que solo puede aportar un corazon deseoso de servirle a Dios. En el camino, mi dependencia del Espíritu Santo se hace mayor, pues reconozco mi condición humana y sé que nunca mi conocimiento y experiencia va a transformar la vida de nadie. Esa es tarea de Dios. Cuando lo entendemos, se quita el gran peso del ministerio y este se convierte en una pasión, que vale la pena y a la vez divierte.